07 mayo 2014

Gimnasios a mí.

Una de las naturalezas básicas del ser humano es la de crear complejos sistemas de órdenes y deberes y luego, crear sus “antis”. Aparte de los clásicos de toda la vida, sistema=antisistema, taurinos=antitaurinos, etc… ahora se suma a la ecuación el modelo “antigimnasio”.

Durante años nos han estado diciendo que el gimnasio era hipernecesario para ser sanos, guapos y modernos, pero ahora en los círculos pequeños se empieza a llevar el concepto “el gimnasio es el demonio y encima tienes que pagar”.

A través de alguna que otra pagina sobre salud y deporte, surgen quienes reivindican un uso más natural del cuerpo, que en vez de ir al gimnasio a correr, corre por el campo (hay disciplinas de correr descalzo), que en vez de apuntarse a una piscina, nada en el mar (el que pueda claro), y así infinidad de variantes, asociando el deporte a la naturaleza en la medida de los posible.

Se trata de dejar de usar nuestro cuerpo durante una o dos horas programadas a la semana y hacerlo siempre de una manera más natural.

Ir andando al trabajo o en bicicleta, levantarnos del asiento de la oficina, usar los parques públicos como gym o como vimos en la tele hace poco “la calle ez mi gimnazio”. Modalidades como el parkour surgido en Francia, renuevan el elemento de los deportes de calle casi siempre asociado al skate, o a las pistas de baloncesto que veíamos en las pelis americanas.

¿Está la institución del gimnasio en peligro? Pues no. Durante años nos han impuesto la imagen de que el gimnasio debe ser parte del día a día de cualquier persona sana, todos los deportistas profesionales van al gimnasio y los famosos de la tele. Todo el mundo va, ¿Por qué tú no querrías ir?
No hablo de “clases en el gimnasio” donde meteríamos Pilates, yoga, etc… ejercicios que siempre es mejor tener controlados por un profesor por lo menos al principio. Hablo de la famosa “sala de maquinas” que es donde pasan la mayor parte del tiempo aquellos usuarios de gimnasio.

¿Alguien entiende la gracia de subirse a una bicicleta mirando hacia una pantalla? Sobre gustos desde luego no hay nada escrito, pero si es cierto que dice mucho de nuestra sociedad y nuestra forma de vida, aunque la gravedad en realidad reside en que muy poca gente se haya parado a pensarlo antes.

Como nos han convertido en seres pasivos tienen que darnos una rutina para que nos movamos, como si el movimiento no fuera algo intrínseco en el cuerpo humano, pero claro, es que ahora no es algo intrínseco, es algo añadido, ahora tenemos metro, coche, autobús, etc.… Nos pasamos el día sentados, de la oficina, al bar, a la ofi, a casa. Silla, silla, sofá.


Y todo esto al final esconde algo más profundo, el miedo a la calle, al entorno incontrolable. El gimnasio es un lugar limpio, cálido, ordenado, y controlado. Ahí nada nos puede pasar. Y como tantas otras veces no podemos resistirnos a algo así porque inconscientemente nos han enseñado a que eso es lo que debemos buscar, que eso es lo queremos. Control, seguridad.

Silvia Piquer.

10 abril 2014

El conflicto del maniquí.






Bienvenida primavera, bienvenida dieta.

Esta es la realidad de mucha gente. También es la realidad que nos venden. Ahora es el momento de cuidarte, la operación bikini, etc.…

Hablando con una compañera del trabajo me contaba que si seguía sin ir al gimnasio, luego se sentiría culpable cuando se pusiera el bañador. La verdad es que mi compañera está bastante delgada pero me cuenta sin reparo que algunas noches no cena y tiende a sentirse culpable si una noche “se pasa”.

La comida y todo lo que deriva de ella en esta sociedad del consumo tiende a convertirse en un tema delicado en muchos aspectos. La obesidad o la bulimia son enfermedades asociadas a esta realidad en la que vivimos y aunque somos totalmente consciente de ellas no las vemos si no nos afectan directamente.

Todo es consumo esa es la única verdad. La obesidad deriva de un consumo superior al que necesita nuestro cuerpo para el limitado movimiento que ejerce a día de hoy, y la bulimia a su vez es el derivado del consumo que se hace de un modelo de cuerpo.

Y entonces es cuando alguien hace la pregunta ¿de quién es la culpa? Es de las modelos, de la televisión, de la comida basura, de la sociedad. Siempre es de la sociedad.

Pues queridos amigos os voy a contar una obviedad: nosotros somos la sociedad. Así que si, la culpa es nuestra. Ahora nuestra labor principal es asumir nuestra responsabilidad, querernos.

Muchos consideraran que yo no debería de meterme en este berenjenal pues tengo una suerte de factores genéticos que me permiten comer a destajo y no engordar y solo he hecho una vez dieta y aguante seis horas. Pero de lo que nadie se acuerda cuando me miran es el hecho de que yo trabajo seis horas diarias de pie, arrastro cajas con mercancía, me subo a escaleras con peso, voy andando a trabajar y vuelto (tardo en total casi dos horas), vivo en un cuarto sin ascensor, etc.…

Para más inri mi trabajo está relacionado con la ropa y eso podría llevarme a sentirme fatal viendo todo el rato a modelos con cuerpos estupendos y con ropa carísima que les queda estupenda. Pero yo, como persona responsable que soy, no tengo ningún problema en decirle a mis clientas que las fotos del catalogo están retocadas, que ese vestido le queda así a la modelo porque ha sido adaptado con alfileres por detrás para que en la foto quede estupendo y que yo, por la forma que tiene mi cuerpo hay ropa que no puedo llevar. Si yo que tengo una talla 38-40 hay cosas que no me puedo poner y NO ME MUERO.

Yo no soy psicóloga ni me las doy, hago este post porque quiero señalar una relación que se obvia y es la de que ciertas enfermedades actuales provienen del modelo de sociedad en el que vivimos. Todo es directamente proporcional al mundo que hemos creado.

La comida ahora también es un modelo de consumo, y somos gulas andantes que tiran al año cantidades de comida con las que podría salir de la pobreza el tercer mundo. Pero seguimos ahí, como si no pasara nada. Como si el mundo fuera infinito y no le afectara todo lo que le hacemos. Y como si eso no nos afectara a nosotros.

Ahora está de moda cuidarse, y es verdad tenemos que hacerlo, pero tenemos que hacerlo porque nuestro cuerpo es lo que nos lleva, somos nuestro cuerpo. Tenemos que movernos porque estamos diseñados para ello, para eso sirven las articulaciones. Tenemos que comer para vivir y punto. El mundo es perecedero y la sobrealimentación nos está llevando a cagarnos el mundo en la mitad de tiempo.

Mi cuerpo no es un puto escaparate, no tengo porque no tener arrugas, ni celulitis, porque son síntomas naturales de lo que soy, un ser humano.

Sudo cuando corro y lo siento, pero huele. También me salen granos en la cara, y mis tetas no están a la misma altura que cuando tenía 16 años, pero es que tengo 29.

Y yo este año me pienso poner un bikini como todos los años, y la gente me vera la celulitis, las estrías, las varices y lo que quieran.  Y lo llevo porque me da la real gana, no porque pueda o no.


Operación bikini, vete a la mierda.

Silvia Piquer.

08 abril 2014

Consumidos.




A veces la televisión tiene momentos pequeños de lucidez y enseña algo que en principio parece escapársenos. Algo que escondemos debajo de la cama.

En este caso una tarde de domingo me sorprendió el encontrarme con un programa que analiza una de las realidades más escondidas de nuestra sociedad: el pre-síndrome de Diógenes.

Todos sabemos lo que es el síndrome de Diógenes y lo asociamos a gente mayor que acumula basura en su casa, pero el PRE síndrome de Diógenes (esta acepción es mía) lo padece todo aquel vinculado con la sociedad consumista, es decir, todos nosotros en algún aspecto.

En concreto este programa habla de familias americanas que viven sepultadas casi literalmente por sus pertenencias. Precisamente como hablamos de familias americanas y la tendencia en ese país son casas gigantes, os podéis hacer una idea de los niveles de esta acumulación que convierte casas en auténticos almacenes.

Casi siempre se esconde detrás de este apego enfermizo a las cosas/trastos, pérdidas no aceptadas, traumas infantiles, miedo, mucho miedo. Como ya dije en otro post parte del sistema de la compra compulsiva es la de tapar una ansiedad, porque los objetos se convierten en una barrera que nos protege de quien sabe que.

Luego está el tema de las herencias, las cosas que nos recuerdan a alguien, etc...Todo asociado a objetos que inundan nuestra vida y nos impiden avanzar de una manera u otra.
Podemos verlo como algo externo pero si este programa se hiciera en este país encontraríamos miles de ejemplos de familias que viven de esta manera.

Para empezar este tipo de vida tiene un gasto energético altísimo, provoca en la mayoría de los casos problemas del sueño,  estrés y ansiedad. Y bastante adicción a las nuevas tecnologías que se convierten en una salida a una realidad que supera a las personas que la viven y que no saben cómo empezar a cambiar.
¿En qué momento se convirtió en una profesión “ordenar” la vida de otras personas?

Hazte unas preguntas:
1    
1 1. ¿Cuánto tardas en hacer un cambio de armario? De invierno a verano, por ejemplo, si tardas más de una mañana, tienes un problema.
2
.  2.¿Cuántas cajas de almacenaje tienes escondidas en casa? ¿Sabes lo que hay en cada una de ellas? ¿Estás totalmente seguro? Te apuesto 8 contra 10 a que en la mayoría de los casos si no las abres no tienes ni idea de lo que hay. Tienes un problema.
      
      3.¿Guardas tus apuntes del instituto y la universidad? ¿EN SERIO? Tienes un problema.

      4.¿Cuántas libretas tienes en blanco? Cinco, seis. Tienes otro problema.

      5.¿Cuántas veces te has dicho a ti mismo “por si acaso” como excusa para guardar algo? Otro problema a la cola.

Seguro que has contestado que si a más de una de estas preguntas, así que definitivamente tienes síntomas del síndrome Pre Diógenes.

Soluciónalo o cómprate un almacén de mercancías en vez de una casa.

Silvia Piquer.


19 marzo 2014

Lo que cuesta un cambio.


Hace unas semanas mantuve una conversación con una amiga sobre lo mucho que le cuesta cambiar de banco o de compañía telefónica a la gente. Hablábamos sobre todo de la generación de nuestros padres pero si miramos hacia dentro nuestra generación peca también del coste del cambio.
No nos gustan los cambios, pero tendemos a asumirlos con frases que ya son casi un refrán, “Mismo perro diferente collar”, “Más vale malo conocido...”, etc...

El temor del cambio es si cabe un síntoma un poco difuso, las multinacionales se gastan millones en convencernos que ellos y su novedad son lo que necesitamos pero la verdad es que la mayoría de veces pensamos que nos están vendiendo la moto como tantos otros. Y entonces callamos, tragamos y aporreamos la barra del bar mientras nos quejamos, derecho de este sumiso pueblo.

Quejarse es parte de nosotros tanto como la paella, aunque de lo primero no solemos presumir tanto, pero está ahí, quejarse es gratis, ¿Por qué no hacerlo?
Yo personalmente estoy hasta los c***nes de tanta queja. Quéjate a quien debas, quéjate para que sirva de algo, pero no te quejes solo porque si.

Una buena parte de ser minimalista es concentrarse en aquello que tenemos (mucho por otra parte si lo pensamos bien) y decidir qué hacer con ello. Yo tenía un contrato con Orange y como en realidad no estaba de acuerdo ni con su política ni con sus precios, decidí agotar mi permanencia y cambiar de compañía, no sin antes dejarles claro porque me iba. Lo mismo pasó con los bancos.  Ahora tengo acuerdos con quien quiero tenerlos, acuerdos que me compensan como usuario. Cuando dejen de compensarme, dejare de tenerlos y buscare alternativas.

Tenemos aquello que merecemos es una verdad como un templo en muchas de las cosas que nos rodean, y quejarnos sin ton ni son por aquello que hemos decidido aceptar sin luchar solo tiene un sinónimo: estupidez humana.

Si no estás de acuerdo en algo cámbialo. No siempre podrás lograrlo pero intentarlo no te matara. Quéjate productivamente. Si no estás de acuerdo con la política de una empresa deja de comprar, pon una queja real (se llama LIBRO DE RECLAMACIONES), visita Facua (Consumidores en acción), denuncia en Internet para que pueda servir de ayuda tu experiencia a otros.

Y recuerda que pagarlo con el trabajador que nos atiende no es la solución porque esa persona es un “mandao” y no tiene porque hacerte el trabajo. Si tienes algo que decir, descubre a quien debes decírselo y no lo pagues con el primero que te encuentres. Exige responsabilidades a quien debes, primero a ti mismo por permitir lo que sea que te ocurra y segundo a aquellos que dirigen el cotarro que ya sabemos quiénes son.


Si de verdad todos los españoles hubiéramos dejado de consumir Coca Cola y productos de Panrico  la balanza no estaría tan a favor de las compañías, o puede que si, pero como no lo hemos hecho nunca lo sabremos ni nosotros ni los trabajadores que protestan cada día luchando por su puesto de trabajo.

Silvia Piquer.

12 marzo 2014

De la verdad y de la mentira sobre el espectador.





Para variar voy a hablaros de una serie enmarcada en el término de ciencia ficción y que bien podría ser un siniestro espejo donde mirarnos, como dice su creador “acerca de la forma en la que vivimos ahora y la forma en la que podríamos estar viviendo en 10 minutos si somos torpes”.

La serie se llama “Black Mirror” y si algo crea en todo aquel que la ve es una sensación de incomodidad que perdura. Y como no, es una serie británica. Pequeñas historias nos introducen en un mundo que no nos es ajeno pero al que ansiaríamos no pertenecer.

En concreto a mi me impacto tanto el primer capítulo de la primera temporada (que es la única que he visto entera aunque ya podéis encontrar la segunda) que no dejo de darle vueltas a un concepto del que ya he  hablado de diferentes formas en esta página.  El espectador.

Se ha teorizado bastante sobre el espectador, su condición y su evolución. En el arte se habla mucho del espectador pasivo o activo, aunque ciertamente, en términos más generales  la concepción que tenemos de un espectador es por si la de un ente pasivo que observa una realidad o ficción.

Radica el poder de entornos como la televisión o inclusive Internet (aunque muchos no estarán de acuerdo con que incluya la red en esto) en esa falsa sensación de actividad que produce en el que la mira. Cuando miramos Internet tenemos la sensación de estar “interactuando “con ella, sentimos que somos espectadores activos pues comentamos, damos a “me gusta” y creemos ser más conscientes de la elección en lo que vemos. Pero si lo pensamos bien, al final nuestra interacción es similar a la que hacemos cuando vemos una película en la tele con la que compartimos experiencias o nos sentimos identificados: nuestros actos o sentimientos quedan en un limbo propio o ajeno. La tele, si cabe,  engaña menos.

Vemos un video  en Internet sobre lo que está ocurriendo en Ucrania, creemos en lo que dice, y lo compartimos. Aquí acaba nuestra responsabilidad para con lo que ocurre en ese lugar. Nos hemos sentidos activos, hemos hecho el esfuerzo de compartirlo, y ahora orgullosos de haber realizado la buena acción del día podemos irnos a dormir totalmente tranquilos.

Porque no estamos hablando de bloggers o gente que se gana la vida a través de este medio, sino del mero espectador en que nos convertimos la mayor parte del tiempo que pasamos en la red o delante de la televisión.

Somos espectadores del miedo de otros, de su sufrimiento, de vidas que no viviremos, de cosas que nunca haremos, espectadores de nuestra propia vida que ahora juzgan otros a través de una pantalla y con nuestro beneplácito.


El espectador es ahora más que nunca sinónimo del ser humano, es en lo que nos hemos convertido después de siglos de evolución. 


Silvia Piquer.