07 mayo 2014

Gimnasios a mí.

Una de las naturalezas básicas del ser humano es la de crear complejos sistemas de órdenes y deberes y luego, crear sus “antis”. Aparte de los clásicos de toda la vida, sistema=antisistema, taurinos=antitaurinos, etc… ahora se suma a la ecuación el modelo “antigimnasio”.

Durante años nos han estado diciendo que el gimnasio era hipernecesario para ser sanos, guapos y modernos, pero ahora en los círculos pequeños se empieza a llevar el concepto “el gimnasio es el demonio y encima tienes que pagar”.

A través de alguna que otra pagina sobre salud y deporte, surgen quienes reivindican un uso más natural del cuerpo, que en vez de ir al gimnasio a correr, corre por el campo (hay disciplinas de correr descalzo), que en vez de apuntarse a una piscina, nada en el mar (el que pueda claro), y así infinidad de variantes, asociando el deporte a la naturaleza en la medida de los posible.

Se trata de dejar de usar nuestro cuerpo durante una o dos horas programadas a la semana y hacerlo siempre de una manera más natural.

Ir andando al trabajo o en bicicleta, levantarnos del asiento de la oficina, usar los parques públicos como gym o como vimos en la tele hace poco “la calle ez mi gimnazio”. Modalidades como el parkour surgido en Francia, renuevan el elemento de los deportes de calle casi siempre asociado al skate, o a las pistas de baloncesto que veíamos en las pelis americanas.

¿Está la institución del gimnasio en peligro? Pues no. Durante años nos han impuesto la imagen de que el gimnasio debe ser parte del día a día de cualquier persona sana, todos los deportistas profesionales van al gimnasio y los famosos de la tele. Todo el mundo va, ¿Por qué tú no querrías ir?
No hablo de “clases en el gimnasio” donde meteríamos Pilates, yoga, etc… ejercicios que siempre es mejor tener controlados por un profesor por lo menos al principio. Hablo de la famosa “sala de maquinas” que es donde pasan la mayor parte del tiempo aquellos usuarios de gimnasio.

¿Alguien entiende la gracia de subirse a una bicicleta mirando hacia una pantalla? Sobre gustos desde luego no hay nada escrito, pero si es cierto que dice mucho de nuestra sociedad y nuestra forma de vida, aunque la gravedad en realidad reside en que muy poca gente se haya parado a pensarlo antes.

Como nos han convertido en seres pasivos tienen que darnos una rutina para que nos movamos, como si el movimiento no fuera algo intrínseco en el cuerpo humano, pero claro, es que ahora no es algo intrínseco, es algo añadido, ahora tenemos metro, coche, autobús, etc.… Nos pasamos el día sentados, de la oficina, al bar, a la ofi, a casa. Silla, silla, sofá.


Y todo esto al final esconde algo más profundo, el miedo a la calle, al entorno incontrolable. El gimnasio es un lugar limpio, cálido, ordenado, y controlado. Ahí nada nos puede pasar. Y como tantas otras veces no podemos resistirnos a algo así porque inconscientemente nos han enseñado a que eso es lo que debemos buscar, que eso es lo queremos. Control, seguridad.

Silvia Piquer.

10 abril 2014

El conflicto del maniquí.






Bienvenida primavera, bienvenida dieta.

Esta es la realidad de mucha gente. También es la realidad que nos venden. Ahora es el momento de cuidarte, la operación bikini, etc.…

Hablando con una compañera del trabajo me contaba que si seguía sin ir al gimnasio, luego se sentiría culpable cuando se pusiera el bañador. La verdad es que mi compañera está bastante delgada pero me cuenta sin reparo que algunas noches no cena y tiende a sentirse culpable si una noche “se pasa”.

La comida y todo lo que deriva de ella en esta sociedad del consumo tiende a convertirse en un tema delicado en muchos aspectos. La obesidad o la bulimia son enfermedades asociadas a esta realidad en la que vivimos y aunque somos totalmente consciente de ellas no las vemos si no nos afectan directamente.

Todo es consumo esa es la única verdad. La obesidad deriva de un consumo superior al que necesita nuestro cuerpo para el limitado movimiento que ejerce a día de hoy, y la bulimia a su vez es el derivado del consumo que se hace de un modelo de cuerpo.

Y entonces es cuando alguien hace la pregunta ¿de quién es la culpa? Es de las modelos, de la televisión, de la comida basura, de la sociedad. Siempre es de la sociedad.

Pues queridos amigos os voy a contar una obviedad: nosotros somos la sociedad. Así que si, la culpa es nuestra. Ahora nuestra labor principal es asumir nuestra responsabilidad, querernos.

Muchos consideraran que yo no debería de meterme en este berenjenal pues tengo una suerte de factores genéticos que me permiten comer a destajo y no engordar y solo he hecho una vez dieta y aguante seis horas. Pero de lo que nadie se acuerda cuando me miran es el hecho de que yo trabajo seis horas diarias de pie, arrastro cajas con mercancía, me subo a escaleras con peso, voy andando a trabajar y vuelto (tardo en total casi dos horas), vivo en un cuarto sin ascensor, etc.…

Para más inri mi trabajo está relacionado con la ropa y eso podría llevarme a sentirme fatal viendo todo el rato a modelos con cuerpos estupendos y con ropa carísima que les queda estupenda. Pero yo, como persona responsable que soy, no tengo ningún problema en decirle a mis clientas que las fotos del catalogo están retocadas, que ese vestido le queda así a la modelo porque ha sido adaptado con alfileres por detrás para que en la foto quede estupendo y que yo, por la forma que tiene mi cuerpo hay ropa que no puedo llevar. Si yo que tengo una talla 38-40 hay cosas que no me puedo poner y NO ME MUERO.

Yo no soy psicóloga ni me las doy, hago este post porque quiero señalar una relación que se obvia y es la de que ciertas enfermedades actuales provienen del modelo de sociedad en el que vivimos. Todo es directamente proporcional al mundo que hemos creado.

La comida ahora también es un modelo de consumo, y somos gulas andantes que tiran al año cantidades de comida con las que podría salir de la pobreza el tercer mundo. Pero seguimos ahí, como si no pasara nada. Como si el mundo fuera infinito y no le afectara todo lo que le hacemos. Y como si eso no nos afectara a nosotros.

Ahora está de moda cuidarse, y es verdad tenemos que hacerlo, pero tenemos que hacerlo porque nuestro cuerpo es lo que nos lleva, somos nuestro cuerpo. Tenemos que movernos porque estamos diseñados para ello, para eso sirven las articulaciones. Tenemos que comer para vivir y punto. El mundo es perecedero y la sobrealimentación nos está llevando a cagarnos el mundo en la mitad de tiempo.

Mi cuerpo no es un puto escaparate, no tengo porque no tener arrugas, ni celulitis, porque son síntomas naturales de lo que soy, un ser humano.

Sudo cuando corro y lo siento, pero huele. También me salen granos en la cara, y mis tetas no están a la misma altura que cuando tenía 16 años, pero es que tengo 29.

Y yo este año me pienso poner un bikini como todos los años, y la gente me vera la celulitis, las estrías, las varices y lo que quieran.  Y lo llevo porque me da la real gana, no porque pueda o no.


Operación bikini, vete a la mierda.

Silvia Piquer.

08 abril 2014

Consumidos.




A veces la televisión tiene momentos pequeños de lucidez y enseña algo que en principio parece escapársenos. Algo que escondemos debajo de la cama.

En este caso una tarde de domingo me sorprendió el encontrarme con un programa que analiza una de las realidades más escondidas de nuestra sociedad: el pre-síndrome de Diógenes.

Todos sabemos lo que es el síndrome de Diógenes y lo asociamos a gente mayor que acumula basura en su casa, pero el PRE síndrome de Diógenes (esta acepción es mía) lo padece todo aquel vinculado con la sociedad consumista, es decir, todos nosotros en algún aspecto.

En concreto este programa habla de familias americanas que viven sepultadas casi literalmente por sus pertenencias. Precisamente como hablamos de familias americanas y la tendencia en ese país son casas gigantes, os podéis hacer una idea de los niveles de esta acumulación que convierte casas en auténticos almacenes.

Casi siempre se esconde detrás de este apego enfermizo a las cosas/trastos, pérdidas no aceptadas, traumas infantiles, miedo, mucho miedo. Como ya dije en otro post parte del sistema de la compra compulsiva es la de tapar una ansiedad, porque los objetos se convierten en una barrera que nos protege de quien sabe que.

Luego está el tema de las herencias, las cosas que nos recuerdan a alguien, etc...Todo asociado a objetos que inundan nuestra vida y nos impiden avanzar de una manera u otra.
Podemos verlo como algo externo pero si este programa se hiciera en este país encontraríamos miles de ejemplos de familias que viven de esta manera.

Para empezar este tipo de vida tiene un gasto energético altísimo, provoca en la mayoría de los casos problemas del sueño,  estrés y ansiedad. Y bastante adicción a las nuevas tecnologías que se convierten en una salida a una realidad que supera a las personas que la viven y que no saben cómo empezar a cambiar.
¿En qué momento se convirtió en una profesión “ordenar” la vida de otras personas?

Hazte unas preguntas:
1    
1 1. ¿Cuánto tardas en hacer un cambio de armario? De invierno a verano, por ejemplo, si tardas más de una mañana, tienes un problema.
2
.  2.¿Cuántas cajas de almacenaje tienes escondidas en casa? ¿Sabes lo que hay en cada una de ellas? ¿Estás totalmente seguro? Te apuesto 8 contra 10 a que en la mayoría de los casos si no las abres no tienes ni idea de lo que hay. Tienes un problema.
      
      3.¿Guardas tus apuntes del instituto y la universidad? ¿EN SERIO? Tienes un problema.

      4.¿Cuántas libretas tienes en blanco? Cinco, seis. Tienes otro problema.

      5.¿Cuántas veces te has dicho a ti mismo “por si acaso” como excusa para guardar algo? Otro problema a la cola.

Seguro que has contestado que si a más de una de estas preguntas, así que definitivamente tienes síntomas del síndrome Pre Diógenes.

Soluciónalo o cómprate un almacén de mercancías en vez de una casa.

Silvia Piquer.


19 marzo 2014

Lo que cuesta un cambio.


Hace unas semanas mantuve una conversación con una amiga sobre lo mucho que le cuesta cambiar de banco o de compañía telefónica a la gente. Hablábamos sobre todo de la generación de nuestros padres pero si miramos hacia dentro nuestra generación peca también del coste del cambio.
No nos gustan los cambios, pero tendemos a asumirlos con frases que ya son casi un refrán, “Mismo perro diferente collar”, “Más vale malo conocido...”, etc...

El temor del cambio es si cabe un síntoma un poco difuso, las multinacionales se gastan millones en convencernos que ellos y su novedad son lo que necesitamos pero la verdad es que la mayoría de veces pensamos que nos están vendiendo la moto como tantos otros. Y entonces callamos, tragamos y aporreamos la barra del bar mientras nos quejamos, derecho de este sumiso pueblo.

Quejarse es parte de nosotros tanto como la paella, aunque de lo primero no solemos presumir tanto, pero está ahí, quejarse es gratis, ¿Por qué no hacerlo?
Yo personalmente estoy hasta los c***nes de tanta queja. Quéjate a quien debas, quéjate para que sirva de algo, pero no te quejes solo porque si.

Una buena parte de ser minimalista es concentrarse en aquello que tenemos (mucho por otra parte si lo pensamos bien) y decidir qué hacer con ello. Yo tenía un contrato con Orange y como en realidad no estaba de acuerdo ni con su política ni con sus precios, decidí agotar mi permanencia y cambiar de compañía, no sin antes dejarles claro porque me iba. Lo mismo pasó con los bancos.  Ahora tengo acuerdos con quien quiero tenerlos, acuerdos que me compensan como usuario. Cuando dejen de compensarme, dejare de tenerlos y buscare alternativas.

Tenemos aquello que merecemos es una verdad como un templo en muchas de las cosas que nos rodean, y quejarnos sin ton ni son por aquello que hemos decidido aceptar sin luchar solo tiene un sinónimo: estupidez humana.

Si no estás de acuerdo en algo cámbialo. No siempre podrás lograrlo pero intentarlo no te matara. Quéjate productivamente. Si no estás de acuerdo con la política de una empresa deja de comprar, pon una queja real (se llama LIBRO DE RECLAMACIONES), visita Facua (Consumidores en acción), denuncia en Internet para que pueda servir de ayuda tu experiencia a otros.

Y recuerda que pagarlo con el trabajador que nos atiende no es la solución porque esa persona es un “mandao” y no tiene porque hacerte el trabajo. Si tienes algo que decir, descubre a quien debes decírselo y no lo pagues con el primero que te encuentres. Exige responsabilidades a quien debes, primero a ti mismo por permitir lo que sea que te ocurra y segundo a aquellos que dirigen el cotarro que ya sabemos quiénes son.


Si de verdad todos los españoles hubiéramos dejado de consumir Coca Cola y productos de Panrico  la balanza no estaría tan a favor de las compañías, o puede que si, pero como no lo hemos hecho nunca lo sabremos ni nosotros ni los trabajadores que protestan cada día luchando por su puesto de trabajo.

Silvia Piquer.

12 marzo 2014

De la verdad y de la mentira sobre el espectador.





Para variar voy a hablaros de una serie enmarcada en el término de ciencia ficción y que bien podría ser un siniestro espejo donde mirarnos, como dice su creador “acerca de la forma en la que vivimos ahora y la forma en la que podríamos estar viviendo en 10 minutos si somos torpes”.

La serie se llama “Black Mirror” y si algo crea en todo aquel que la ve es una sensación de incomodidad que perdura. Y como no, es una serie británica. Pequeñas historias nos introducen en un mundo que no nos es ajeno pero al que ansiaríamos no pertenecer.

En concreto a mi me impacto tanto el primer capítulo de la primera temporada (que es la única que he visto entera aunque ya podéis encontrar la segunda) que no dejo de darle vueltas a un concepto del que ya he  hablado de diferentes formas en esta página.  El espectador.

Se ha teorizado bastante sobre el espectador, su condición y su evolución. En el arte se habla mucho del espectador pasivo o activo, aunque ciertamente, en términos más generales  la concepción que tenemos de un espectador es por si la de un ente pasivo que observa una realidad o ficción.

Radica el poder de entornos como la televisión o inclusive Internet (aunque muchos no estarán de acuerdo con que incluya la red en esto) en esa falsa sensación de actividad que produce en el que la mira. Cuando miramos Internet tenemos la sensación de estar “interactuando “con ella, sentimos que somos espectadores activos pues comentamos, damos a “me gusta” y creemos ser más conscientes de la elección en lo que vemos. Pero si lo pensamos bien, al final nuestra interacción es similar a la que hacemos cuando vemos una película en la tele con la que compartimos experiencias o nos sentimos identificados: nuestros actos o sentimientos quedan en un limbo propio o ajeno. La tele, si cabe,  engaña menos.

Vemos un video  en Internet sobre lo que está ocurriendo en Ucrania, creemos en lo que dice, y lo compartimos. Aquí acaba nuestra responsabilidad para con lo que ocurre en ese lugar. Nos hemos sentidos activos, hemos hecho el esfuerzo de compartirlo, y ahora orgullosos de haber realizado la buena acción del día podemos irnos a dormir totalmente tranquilos.

Porque no estamos hablando de bloggers o gente que se gana la vida a través de este medio, sino del mero espectador en que nos convertimos la mayor parte del tiempo que pasamos en la red o delante de la televisión.

Somos espectadores del miedo de otros, de su sufrimiento, de vidas que no viviremos, de cosas que nunca haremos, espectadores de nuestra propia vida que ahora juzgan otros a través de una pantalla y con nuestro beneplácito.


El espectador es ahora más que nunca sinónimo del ser humano, es en lo que nos hemos convertido después de siglos de evolución. 


Silvia Piquer.

19 febrero 2014

José Mujica o lo que nos cuenta el Protocolo.



José Mujica para quien no lo conozca es el actual presidente de Uruguay y ha sido considerado “el presidente más pobre del mundo”.

Gusta buena parte del periodismo de adornar las noticias con palabras que a veces no entiende y tacha con injusticia desmedida aquello que no gusta en comprender.

El sábado en la noche temática hablaron sobre los corresponsales de guerra y un antiguo corresponsal norteamericano decía que la única guerra que se conto libremente, ya instaurados todos los sistemas del Mass Media fue la de Vietnam. La repercusión de esa información tan libre fue tan grande, que los poderes bien se han cuidado de que no vuelva a ocurrir.

Parece que hablo de cosas diferentes pero veréis como no.

Hay una especie de modo estipulado por la sociedad en la forma en la que debemos ver ciertas cosas. Yo la llamo el Protocolo.  Este Protocolo nos dice como debemos ver un presidente, como debemos ver una guerra, como debemos ver una vida. Es un orden establecido y marcado, ha sido pasado de generación en generación durante años, tal vez siglos, como un cuento muy bien aprendido y que sin querer marca las directrices de nuestras vidas y de lo que pensamos del mundo.

Los presidentes han de parecer casi reyes a falta de monarquía para aquellos países que no carguen con ella. Ser presidente incluye una casa muy grande, muchos coches oficiales, muchas cosas, muchos trajes, mucho carisma mediático, etc.…

Y cuando aparece algo diferente, un “presidente pobre”, algo se retuerce en el espectador y el electorado. Podrían usar otro concepto menos peyorativo, un “presidente austero”, ¿Por qué pobre entonces? ¿Acaso no ha sido elegido por su país democráticamente? ¿No tiene derecho a estar donde esta solo porque no haga alarde de su poder?

Yo creo que hay algo más interesante detrás. La vergüenza. Que medio mundo declare públicamente que el presidente de otro país es pobre, señala con el dedo al inconsciente colectivo de países como Sudamérica o del sur de Europa mismamente que han cargado durante siglos con el apelativo de “pobres” e “inferiores”. Apuntan a su vergüenza heredada.


Si yo tuviera un presidente como Mujica, un presidente “pobre”, un presidente que aboga por los derechos de la libre elección de su pueblo tanto en temas como el aborto, la prostitución o la marihuana, un presidente que confía en la inteligencia de sus ciudadanos para hacer la elección correcta siempre desde la elección personal, no me sentiría pobre. Me sentiría liberada, me sentiría afianzada en mis convicciones de que el hombre puede hacer lo correcto, de que no todo está perdido. 

Todos podríamos ser el “presidente” que el Protocolo nos enseña con un buen traje y los titulares adecuados. ¿Pero queremos de verdad el presidente del Protocolo?


Silvia Piquer.

14 febrero 2014

Peor....IMPOSIBLE.

Antes de comenzar, quisiera disculparme por la ausencia este tiempo. Volveré todos
los viernes, con más ganas.

Llevamos casi mes y medio del nuevo año y la situación cae en picado, Blesa en la calle, el Juez Silva suspendido, los preferentistas sin su dinero y multados por protestar, huelguistas apaleados, como hemos visto de cualquier edad, barrios que se levantan en contra de sus Ayuntamientos, el paro sigue subiendo, 

España encabeza la lista de los países más corruptos de la U.E., sólo por detrás de dos países, hambre,
 pobreza y para colmo de males el señor Gallardón decide sobre una cuestión tan personal como es el aborto, ahora no se va a poder abortar en este país, se volverá a la época franquista, las ricas a Londres y las pobres a comprar perejil. Creo que en mi pequeño resumen no me dejo nada…

Me gustaría que empezaramos a reflexionar profundamente, no podemos seguir así, hemos llegado a un punto en el cual tener trabajo no nos saca de la pobreza, todo sube,agua, gas y luz …cada vez hay más personas, en lo que ahora se llama,  con pobreza energética, personas que aunque trabajen o cobren sus pensiones no pueden calentarse en sus hogares, eso es un drama del que no estamos ninguno exento. 

Este va a ser un duro año, hay que luchar, salir a la calle, la patronal esta pidiendo al Gobierno pagar menos por nuestras cotizaciones, acabaremos por trabajar gratis, o mejor aún, paguemos por trabajar… Y, lo peor de todo que lo aceptamos, pasamos por el aro sin rechistar. Las cosas las mejoramos si luchamos por nuestros derechos, podemos volver hacerlo, podemos y debemos hacerlo.

Antes de acabar, quisiera mandarle un fuerte abrazo a mi hermano. Mucho ánimo!!!.



12 febrero 2014

El espacio público es mio.

No hablo del espacio exterior que bastante tenemos con organizar lo que tenemos aquí como para ponernos a pensar en otros mundos. Hace un tiempo leí en un periódico que la mayoría de ayuntamientos de ciudades grandes alquilaba edificios privados para alojar diferentes sedes de sus “equipos varios” o lo que a mí me gusta en llamar “donde mete Botella a todos sus asesores que son muchos y bien cobrados”.

Hablemos por otro lado de un concepto en auge en estos tiempos de nuevas tecnologías, el “coworking” que muchos conoceréis. Dentro de este concepto de trabajo llama la atención el uso compartido del espacio de trabajo por diversos profesionales. Más barato y sostenible que una oficina para ti solo.

Ahora hagamos un mix con lo expuesto.

Mucho me extraña a mi (pero me puedo equivocar) que nuestros queridos políticos, sobre todo aquellos que pasan sus jornadas laborales en el Congreso  (o el Senado), necesiten tantísimo espacio para sus elucubraciones, pues me da a mí que pasan más tiempo perdiendoIpads, tomándose cafelillos y copas a buen precio en la cafetería y en esa sala de reuniones tan grande ( y con agujeros de bala y tó ) y molona haciendo lo que sea que hagan. ¿Alguien me quiere explicar para que tanto despacho individual? Con una sala bien puesta por partido para que enchufen sus Ipad y el móvil tienen más que suficiente. Cada uno tiene un horario, muchas visitas, mucho juergueo, vamos que no necesitan más. Raro sería que coincidieran todos, bueno a lo mejor en alguna crisis de partido de estas que en realidad no existen pero todos vemos.  Salas grandes para reuniones, por si les hace falta, bajo horario como las de las bibliotecas.

Ganamos espacio, lo que se deriva en aprovechar espacios públicos que se pueden transformar en un millón de cosas para la ciudadanía: salas culturales, laboratorios de experimentación (esto es utópico pero bonito) en todos los ámbitos, bibliotecas, espacios para los desfavorecidos, escuelas mejores en algún que otro caso, etc.…

El espacio público en cualquiera de sus supuestos debería ser usado desde una perspectiva mucho más responsable porque es obligación de los gobernantes que sea así, y del pueblo, ósea nosotros exigirlo. Miles de descampados que podían ser huertos comunitarios, o espacios verdes que buena falta nos hace, lugares de convivencia para el ciudadano.

No solo de casas vive el hombre eso debería de habernos quedado claro pero parece que no aprendemos. 

El espacio público es de todos. Es nuestro.

Botella y otros tantos como ella, no necesitan la planta de un edificio para ellos solos, ni un despacho gigante que no usan. Todo eso es espacio público que pagamos nosotros y que ellos se adueñan de él como si fueran reyes medievales en sus sendos castillos.

No al espacio público privatizado. Espacio público para todos.



Silvia Piquer.


05 febrero 2014

El truco del reloj.



El primer reloj que me regalaron fue con siete años. Era muy pequeño y de un blanco impoluto, acuático, no me lo quite hasta que se deshizo la correa del uso. Desde entonces lleve  reloj a temporadas pero descubrí muy pronto que mi tendencia al control del tiempo se desarrollaba de manera casi obsesiva.

Si llevo reloj lo miro constantemente, es como un tic que me gana la partida, lo hago inconscientemente, como ajustar mis gafas a la nariz con un pulsar de mi dedo.

Empecé a darme cuenta que no me gustaba controlar tanto mi tiempo que siempre parecía fluir muy rápido y comencé a quitarme el reloj en cuanto salía de trabajar. Aún así llegaba extremadamente puntual a los sitios (herencia materna).

Cuando me vine a vivir a Madrid deje de quitarme el reloj tanto, parecía que lo necesitara más. Me deje llevar por el fluir de la vorágine de la constante prisa en esta ciudad. Aunque siempre me jure que no correría para coger un metro  lo hago constantemente, ahora menos porque voy andando siempre que puedo.

Hace un tiempo que ya solo me quito el reloj cuando estoy de vacaciones y a veces ni eso.

El sábado volví a mis viejas costumbres, antes de irme a dormir me quite el reloj.  Un domingo sin reloj, dejándome llevar por el momento si es bueno sin pensar que es tarde o temprano, comer cuando tengo hambre no ahora porque es la hora. Disfrutar todo lo que pueda del tiempo sin pensar en él como esas pequeñas porciones invisibles que cuadriculan y dirigen mi vida durante la semana.

Huir del tiempo es casi imposible, el ordenador tiene reloj, el móvil ,la tele, en todas partes hay un reloj, un tic tac constante, ese sonido implacable que nos marcan los ritmos de nuestra vida ya bastante marcada por constantes que nos han impuesto y hemos aceptado inconscientemente.


Pero no perdemos nada con intentarlo.

Silvia Piquer.

23 enero 2014

Mis propósitos de año nuevo como “Pringada”.



Voy a cambiar el más que conocido en España concepto peyorativo de “Pringada” en algo útil y nuevo. 

Veamos que nos dice la RAE: “Persona que se deja engañar fácilmente”. También hay otra acepción coloquial (la mía) que no aparece; viene del concepto “pringar”, persona que se pringa, que no solo dice lo que piensa sino que decide un bando, ese tipo de “pringada” quiero ser. La “pringada” que es responsable con lo que piensa y actúa en consecuencia. La “pringada” que da un golpe sobre la mesa en los bares y luego lo da en la calle y en sus costumbres diarias para demostrar que se puede conseguir, que se puede lograr y que solo tenemos que proponérnoslo de verdad.

Cuantas veces no hemos estado en una reunión y mientras todos nos quejamos con voz en grito de lo jodido que esta todo y aportamos soluciones, surge una, viable. Pero ¿quien se “pringa” para hacerla realidad? Nadie.

No tenemos tiempo. Nos pasamos tanto tiempo consumiendo, no solo comprando, sino consumiendo televisión, música, viendo fotografías bonitas, mirando el facebook, etc.… ¿Dónde está nuestro tiempo para crear? He aquí el verdadero problema, pasamos tanto tiempo consumiendo de cualquiera de las formas que nos han enseñado que simplemente no tenemos tiempo ni para pensar cosas propias ni para actuar. Ahora es cuando al fondo se oye un balido de miles de ovejas.

Y así yo me comprometo, tal y como hice y cumplí el año pasado, con la realización como buena “pringada” de mis propósitos para este nuevo año:

1. Reducir el tiempo de consumo en contenido online y televisión.
Según dice los periódicos pasamos unas cuatro horas delante de la caja tonta. Yo reparto ese tiempo en series online y películas. A la semana son unas 28 horas. Perdemos un día a la semana en mirar a una pantalla catatónicos. Yo lo reduciré a 19 horas. Pocas diréis, pero no voy a buscar metas que no pueda cubrir de verdad, si una semana puedo reducir más lo hare y así poco a poco tal vez pueda llegar a reducir de manera fácil más y más. Ayuda esto también a mi labor como minimalista pues reducir la televisión baja los niveles de ansiedad hacia las compras (probad una semana sin tele, te olvidas de comprar porque nadie te dice lo desgraciado que eres por no tener ese nuevo champú que te quita todos los males).

2. Hacer un día vegetariano a la semana.
Esto es más una cuestión personal que otra cosa. Creo que la mayoría de la carne que comemos está bien inflada a anabolizantes y mierdas mil que hacen que los pollos crezcan en una semana y cosas peores. Así que, aunque no soy una grandísima consumidora de carne nunca me he hecho vegetariana porque soy adicta al atún y a las hamburguesas. De esta manera me obligo también a cocinar cosas nuevas y a planificar más aún mis menús.

3. Ser Reina Maja todo el año.
Este ha sido mi primer año como Reina Maja y es una de las experiencias más bonitas que he tenido en toda mi vida. Pero ¿una vez al año? Mi misión este año es conseguir nuevos retos que impliquen mi colaboración en la ayuda a los demás. Os puede sonar todo lo hippy que queráis pero por ayudar un poco a los demás no nos vamos a morir ni vais a ser menos cool. Si todo el mundo cediera un par de horas de su semana a ayudar a los demás no solo nos iría mejor sino que seriamos mucho mejores personas.


Y dicho esto, ya podéis levantaros del asiento y hacer algo o seguir mirando a esta pantalla catatónicos.

Silvia Piquer.