05 febrero 2014

El truco del reloj.



El primer reloj que me regalaron fue con siete años. Era muy pequeño y de un blanco impoluto, acuático, no me lo quite hasta que se deshizo la correa del uso. Desde entonces lleve  reloj a temporadas pero descubrí muy pronto que mi tendencia al control del tiempo se desarrollaba de manera casi obsesiva.

Si llevo reloj lo miro constantemente, es como un tic que me gana la partida, lo hago inconscientemente, como ajustar mis gafas a la nariz con un pulsar de mi dedo.

Empecé a darme cuenta que no me gustaba controlar tanto mi tiempo que siempre parecía fluir muy rápido y comencé a quitarme el reloj en cuanto salía de trabajar. Aún así llegaba extremadamente puntual a los sitios (herencia materna).

Cuando me vine a vivir a Madrid deje de quitarme el reloj tanto, parecía que lo necesitara más. Me deje llevar por el fluir de la vorágine de la constante prisa en esta ciudad. Aunque siempre me jure que no correría para coger un metro  lo hago constantemente, ahora menos porque voy andando siempre que puedo.

Hace un tiempo que ya solo me quito el reloj cuando estoy de vacaciones y a veces ni eso.

El sábado volví a mis viejas costumbres, antes de irme a dormir me quite el reloj.  Un domingo sin reloj, dejándome llevar por el momento si es bueno sin pensar que es tarde o temprano, comer cuando tengo hambre no ahora porque es la hora. Disfrutar todo lo que pueda del tiempo sin pensar en él como esas pequeñas porciones invisibles que cuadriculan y dirigen mi vida durante la semana.

Huir del tiempo es casi imposible, el ordenador tiene reloj, el móvil ,la tele, en todas partes hay un reloj, un tic tac constante, ese sonido implacable que nos marcan los ritmos de nuestra vida ya bastante marcada por constantes que nos han impuesto y hemos aceptado inconscientemente.


Pero no perdemos nada con intentarlo.

Silvia Piquer.

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