Hace unas semanas mantuve una conversación con una amiga
sobre lo mucho que le cuesta cambiar de banco o de compañía telefónica a la
gente. Hablábamos sobre todo de la generación de nuestros padres pero si
miramos hacia dentro nuestra generación peca también del coste del cambio.
No nos gustan los cambios, pero tendemos a asumirlos con
frases que ya son casi un refrán, “Mismo perro diferente collar”, “Más vale
malo conocido...”, etc...
El temor del cambio es si cabe un síntoma un poco difuso,
las multinacionales se gastan millones en convencernos que ellos y su novedad
son lo que necesitamos pero la verdad es que la mayoría de veces pensamos que
nos están vendiendo la moto como tantos otros. Y entonces callamos, tragamos y
aporreamos la barra del bar mientras nos quejamos, derecho de este sumiso
pueblo.
Quejarse es parte de nosotros tanto como la paella, aunque
de lo primero no solemos presumir tanto, pero está ahí, quejarse es gratis, ¿Por
qué no hacerlo?
Yo personalmente estoy hasta los c***nes de tanta queja. Quéjate
a quien debas, quéjate para que sirva de algo, pero no te quejes solo porque
si.
Una buena parte de ser minimalista es concentrarse en
aquello que tenemos (mucho por otra parte si lo pensamos bien) y decidir qué
hacer con ello. Yo tenía un contrato con Orange y como en realidad no estaba de
acuerdo ni con su política ni con sus precios, decidí agotar mi permanencia y
cambiar de compañía, no sin antes dejarles claro porque me iba. Lo mismo pasó
con los bancos. Ahora tengo acuerdos con
quien quiero tenerlos, acuerdos que me compensan como usuario. Cuando dejen de
compensarme, dejare de tenerlos y buscare alternativas.
Tenemos aquello que merecemos es una verdad como un templo
en muchas de las cosas que nos rodean, y quejarnos sin ton ni son por aquello
que hemos decidido aceptar sin luchar solo tiene un sinónimo: estupidez humana.
Si no estás de acuerdo en algo cámbialo. No siempre podrás
lograrlo pero intentarlo no te matara. Quéjate productivamente. Si no estás de
acuerdo con la política de una empresa deja de comprar, pon una queja real (se
llama LIBRO DE RECLAMACIONES), visita Facua (Consumidores en acción), denuncia
en Internet para que pueda servir de ayuda tu experiencia a otros.
Y recuerda que pagarlo con el trabajador que nos atiende no
es la solución porque esa persona es un “mandao” y no tiene porque hacerte el
trabajo. Si tienes algo que decir, descubre a quien debes decírselo y no lo
pagues con el primero que te encuentres. Exige responsabilidades a quien debes,
primero a ti mismo por permitir lo que sea que te ocurra y segundo a aquellos
que dirigen el cotarro que ya sabemos quiénes son.
Si de verdad todos los españoles hubiéramos dejado de
consumir Coca Cola y productos de Panrico la balanza no estaría tan a favor de las compañías,
o puede que si, pero como no lo hemos hecho nunca lo sabremos ni nosotros ni
los trabajadores que protestan cada día luchando por su puesto de trabajo.
Silvia Piquer.